miércoles, 10 de diciembre de 2008

Don Quijote y Sherlock Holmes se fusionan.

Hace unas semanas a mi amigo le entregaron un volante en la calle Corrientes. Cuando llegó a su casa tuvo la oportunidad de leerlo y me lo enseñó: "Detective privado. Hurtos, infidelidades, información, ubicación de personas". Sonaba un poco patético. Esa profesión ya de por sí remite a pensar en Hollywood, en esas viejas películas al estilo film noire que aparecen como incongruentes a la hora de ubicarlas en la Buenos Aires del siglo XXI. Aun así, me dejó pensando. Me imaginé a una mujer hermosa entrando a una oficina en algún edificio céntrico, con puerta de madera donde en un vidrio se lee la inscripción "Cristian Domínguez, detective privado". Me figuré también a mí, con más años encima y la pinta de Cary Grant, atrás de un escritorio donde dejaría irresponsablemente mi sombrero descansar. Ella entraría asustada, mientras fumando me explica su situación y de repente la escena se tiñe de blanco y negro.
Se vuelve fascinante y divertido pensarlo así, pero dista mucho de la verosimilitud. El detective en cuestión debe haber sido algún ex agente que encontró mejores ingresos laburando por su cuenta. Si fuese literatura, el hombre hubiera dejado de trabajar para la policía porque es un ser un poco asocial, superior intelectualmente a la capacidad de cualquier comisario, y ante todo, un personaje indescifrable. Este investigador era muy diferente. Lo sé porque lo llamé por teléfono, y luego de que haya atentido diciendo 'Detective privado', le confesé con voz en neutro 'alguien se ha comido mi pastafrola...'. Esperé que se tomara el caso en serio, pero con tono de taxista porteño (a la vez realista e irónico) me contestó:
-Ah, se comieron la pastafrola...
- [en neutro] Pudo haber sido mi abuelo...
- Ah, fue el abuelo...
-No, no sé si fue él, pero quiero que usted lo averigüe.
Me colgó. Hubiera estado bueno que se tomara el caso más en serio. Una pastafrola significa mucho para gente como yo. Se me viene a la cabeza una cocina, en ella el detective y sobre el suelo unas migas encerradas por un círculo de tiza. Una empleada tratando de pasar el trapo y él suplicando 'No limpie la escena del crimen, o voy a terminar pensando que fue usted'. Un Quijote del 2008.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Locura de amor: la erotomanía


Se trata de un trastorno puramente romántico, en el que una persona se llega a enamorar exageradamente de otra que no la corresponde. También se lo conoce como síndrome de Clérambault.

Por Cristian Domínguez.

Normalmente, según el poco conocimiento que los hombres tenemos sobre el sexo femenino, una mujer se sentiría bien si recibe un poema y un ramo de flores. Sin embargo, su reacción sería otra si en vez de encontrarse frente a esto, se diese cuenta de que la persona no solo se tatuó su nombre, sino que también tiene cuatro remeras con su rostro, videos no autorizados de ella entrando y saliendo de su casa, la última botellita de agua que usó en el entrenamiento de hockey, y como si fuese poco, las letras de su nombre hechas con los desperdicios de su sacapuntas. Probablemente, la primera palabra que utilizaríamos para describir este sentimiento es “obsesión”, pero existe otra mucho más técnica y específica: erotomanía.

Se trata de un trastorno mental en el que una persona mantiene la creencia ilusoria de que otra persona, generalmente de un estatus social superior, está enamorada de ella. A través de sutiles métodos, como la posición del cuerpo, el orden de objetos en una casa, o simplemente, los gestos y la manera de expresarse, quien la padece llega a creer que es el otro quien está enamorado de él y lo considera iniciador de esa relación ficticia. Cree intransigentemente en que es necesitado por el otro para poder vivir, y si recibe una respuesta negativa, argumenta que se debe a que la otra persona aún no sabe que posee sentimientos extremadamente pasionales que pronto estallarán.

Esta ilusión de amor correspondido se divide en dos principales tipos de casos. En los primeros, llamados “puros”, el trastorno ocurre repentinamente, de un día para el otro, en un proceso de rapidez considerable y no se presentan otros síntomas. Por otro lado, en los casos secundarios, la enfermedad tiene comienzos insidiosos y trae síntomas de desorganización, como la esquizofrenia. El narcisismo, el histrionismo, el aislamiento social, o bien respuestas agresivas son otros de los efectos producidos.

La teoría fue desarrollada por el psiquiatra francés Gatian de Clérambault en 1921, luego de haber realizado extenuantes trabajos y estudios combinados con el análisis de 5 casos diferentes. Aunque sus conclusiones generaron controversia en distintos psiquiatras y clínicos de la época, hoy en día el “Síndrome de Clérambault” es totalmente reconocido y aceptado. De alguna manera u otra, la humanidad todavía no comprobó si el amor verdaderamente existe o si es simplemente una reacción química en el cerebro.

Aun así, el hecho es que demasiadas personas han llegado a realizar verdaderas locuras por móviles que a muchos nos resultan incomprensibles. Esto significa, en otras palabras, que la empatía no es posible en cuanto se refiera a entender un sentimiento ajeno. Lógicamente, nuestras acciones no deben superar ciertos límites establecidos por la moral de la sociedad, pero en varias oportunidades, si se considera psicológicamente inadaptado al agresor, la pena no existe porque prevalece el principio de que los locos no tienen responsabilidad sobre sus actos.

Un caso famoso

Un ejemplo claro de esto fue el intento de asesinato al presidente americano Ronald Reagan en 1981. Este ataque revivió en la memoria colectiva la muerte de John Fitzgerald Kennedy, dieciocho años antes. Sin embargo, lo que se escondía detrás de semejante hecho histórico, no se relacionaba en lo más mínimo con política. Más bien, la historia de un erotómano llamado John Hinckley Jr. loco de amor por la actriz Jodie Foster. Hinckley, después de haber visto la película Taxi Driver, sufría de una extrema obsesión por la actriz, que en el film interpretaba a una prostituta de 12 años. Tan fuerte era su locura, que el maníaco se había mudado a Connecticut solo para estar cerca de ella. La llamaba frecuentemente por teléfono y deslizaba debajo de su puerta poemas que él mismo escribía. Cierto día, con el fin de impresionar a Foster y establecer su figura en un nivel donde todos lo recordarían, disparó 6 tiros contra el presidente Reagan cuando éste salía de un hotel. A pesar de haber fallado, Hinckley no intentó escapar. Al año siguiente, durante el juicio, no fue hallado culpable por estar psicológicamente enfermo.

La erotomanía en el arte

Asimismo, el síndrome de Clérambault resulta completamente útil como inspiración desde el punto de vista literario. Aunque en el siglo XVII se trataba de un “trastorno general causado por el amor no correspondido”, la erotomanía está presente hasta en la literatura clásica. De hecho, el Quijote de Cervantes tiene una obsesión con Dulcinea, un amor que lo fuerza a luchar contra unos molinos de viento porque cree que estos son guerreros que lo quieren apartar de ella. También, en “Amor Perdurable”, del ganador del Booker Prize Ian McEwan, un científico se ve acosado por un erotómano que lo sigue bien de cerca. Como si fuera poco, el séptimo arte trató igualmente este tema, a través de la película francesa “À la folie... pas du tout” con la genial Audrey Tautou. En ella, el personaje de Tautou es una artista plástica

Audrey Tautou en “Á la folie... pas du tout”

enamorada de un doctor con el
que pocas veces tuvo contacto, y lo acosa de tal manera que logra generar en él desbordes y crisis hasta el punto de hacerlo enloquecer.


(NOTA DE OPINIÓN)

La condena del erotómano

El hecho de que el síndrome de Clerámbault sea un trastorno puramente emocional, convierte a la erotomanía en un difícil desafío de resolver para los propios doctores. A pesar de que no existan muchos casos alrededor del mundo, es indudable que se trata de una tarea casi imposible eliminar un sentimiento humano en otra persona. Dicho de otra forma, el psiquiatra debe convencer al paciente de que deje de amar.

Realmente, cualquier método científico y demás es puramente innecesario. Tal vez las diversas clínicas en Europa y en Estados Unidos cuenten con mejores recursos y tecnología que sus semejantes en países en vías de desarrollo. No obstante, eso no hace diferencia alguna, pues un sentimiento tan fuerte solo puede ser removido por quien lo padece. El interrogante que se plantea es, entonces, si los institutos psiquiátricos verdaderamente están capacitados para lograr cumplir con su objetivo. Estos manicomios son conscientes de que es casi imposible. En la mayoría de los casos siempre se obtiene un fracaso como resultado y los pacientes, que no se curan, viven encerrados hasta el resto de sus días. En consecuencia, los institutos asumen otra función: la de alejar al paciente de la sociedad no para que se recupere, sino para prevenir que cometa alguna locura contra el orden público. Es decir, se asemejan totalmente a una prisión, condenando a los románticos, implícitamente, por cometer un terrible crimen: el amor.

Estas personas presentan tan grave nivel de locura y amor que ni los mejores oradores pueden convencerlos de lo contrario. La tarea del médico es nula, y la permanencia de estas víctimas en los institutos es confusa. Las normas y moral impuestas por la sociedad civilizada no propician una solución al hecho. La manera en que vivimos, la forma en que nuestros deseos, amores, gustos, ambiciones y odios se sustentan en objetos y espacios materiales (en este caso, las clínicas psiquiátricas) no da una salida concreta a este problema. La erotomanía es la lucha constante por algo que no se consigue. Posiblemente, el único remedio posible para los erotómanos sea el mismo paso del tiempo, que con suerte arrastrará consigo los sólidos estertores de pasión y ternura existentes.