sábado, 10 de mayo de 2008

Rambo es cotidiano y hace todo por amor.



Rambo se preparaba para su última misión: media docena de huevos, 1 paquete de Siempre Libre, 1 kilo de papas y un repasador nuevo. Eligió un changuito (el anteúltimo de la fila, pues pensaba que el último traía mala suerte) y las puertas corredizas se abrieron ante él. Apenas puso un pie en el supermercado, un guardia de la seguridad privada, mal afeitado y con aspecto de insatisfecho, lo detuvo. No estaba permitido entrar al lugar con el torso desnudo.
-Loco, no te dejan comprar en paz...- se quejó Rambo, mientras una anciana comentaba con su esposo el "polémico" desencuentro con la autoridad a medio metro de distancia .
Después de unos minutos, el retirado héroe volvió con una remera que decía "Hard Rock Cancún". Caminó con bronca hasta pasar del otro de la caja y trató de recordar qué debía comprar. Lo había olvidado, y se arrepintió de haber discutido con su esposa para que no se lo anotara todo en un papel. Con vergüenza y la cabeza cabizbaja, sacó su anticuado handy del bolsillo y se comunicó con su mujer. La dura pero breve conversación terminó con un "En casa hablamos, cambio y fuera".
Recorrió las góndolas con detenimiento. Se topó con señoras embarazadas, ancianos, padres de niños chiquitos, jóvenes enamorados, adolescentes con acné. "Todo un mundo" pensó. Tuvo que elegir las toallitas femeninas correctas entre las tantas, de diversos colores, tamaños, marcas, de diferente absorción y de diferente forma. Optó por las más económicas, que encima de baratas traían un cepillo de dientes de regalo. La elección del repasador planteaba otro desafío. ¿Por cuál debía optar? ¿El que tenía bordado lo que parecía una playa, el que era liso, o el que con letras en cursiva leía "Amor y cocina"? Prefirió el liso. Era el que más posibilidades tenía de gustarle a Claudia.
Sin embargo, el verdadero problema surgió cuando llegó a la sección de "Verduras y otros alimentos". Los precios se habían disparado. Eran tiempos difíciles, de desabastecimiento e inflación, y como si fuese poco, Rambo estaba casado. En otras palabras, este hecho lo ponía contra las cuerdas de la indecisión. Por un lado, si no compraba los alimentos, su señora se enojaría con él por no haber cumplido con los mandados. Por otro lado, si Rambo en efecto cumplía con los mandados, Claudia lo recibiría con mala cara por el terrible gasto de dinero. Él había enfrentado poderosos ejércitos, le había hecho frente a comunistas, asiáticos y guerrilleros. Aún así, temía equivocarse y tener que soportar una reprimenda de severos minutos en su propia casa. Su inteligencia le propuso una idea a considerar, que finalmente aceptó. Una infantil y vieja mentira, que lo sacaría del apuro: "Mi amor, no habían más papas". Juntó solamente los huevos y fue a pagar.
Para su sorpresa, en la eterna cola hacia la caja, un amigo del ambiente lo fue a saludar.
-¡Rambi!-
-¡Superman!- repuso "Rambi" con su mejor cara de alegría.
-Tanto tiempo... ¿qué es de tu vida?- preguntó el otro superhéroe con los calzoncillos arriba del pantalón.
-Ahí andamos, en la lucha... armada. ¿Vos qué hacés acá en el Wal Mart?- inquirió el cotidiano Rambo.
-Nada, vine acá con mi señora que no sé qué quiere... un juego de copas o algo. ¡Estás viejo hijo de puta, eh! ¿Sabés algo de Batman?
-Hablé el otro día con Alfred... me enteré que se pasó al otro bando...
-¿Al de los malos?
-No, parece que la mujer lo encontró en la cama con Robin... Terrible.
Era notorio cómo los dos habían bajado la voz al hablar de este tema. Tal vez se avergonzaban de su amigo, o tal vez no querían que nadie los escuchara. De cualquier manera, ambos estaban contentos de volver a verse. Al escuchar el episodio de los huevos y las papas, Superman fue solidario "Cualquier cosa que necesités vos sabés que me pedís, eh? Una mano siempre te puedo dar" y las mejillas de Rambo se pusieron coloraditas. De caradura que era, se fue un segundo a buscar las papas y las puso en la canasta de su amigo. Éste se sintió un poco ofendido por semejante acto, digno de un chanta, pero igualmente pagó por él.
Rambo y Superman no volvieron a verse. Pero Claudia, al menos, fue feliz por un rato.